Padres: Somos quienes vamos a herir a nuestros hijos de por vida





El rol de padres está preconcebido como el de guías, proveedores de amor y cuidados, de compañeros y consejeros de vida. Pero aún sin quererlo y sin saberlo, somos los padres quienes vamos a herir a nuestros hijos de por vida.

Yendo un poco más allá de lo evidente, y en el caso específico de las mujeres, aunque la vida de madre y el imaginario que gira alrededor del concepto es hermoso, también es un rol muy complicado.

Es un sube y baja de emociones encontradas y de incertidumbre combinada con preocupación.

No saber si se hace bien, es una constante que viaja de manera intermitente por nuestras mentes y que es mitigada por los momentos de risas, felicidad y agradecimiento que nos da el tener a nuestros pequeños con nosotros.

Y al combinarse con nuestra propia vida, situaciones y aprendizajes personales, muchas veces se convierte en una maraña de pensamientos y emociones que bien podrían enloquecernos, si lo permitimos.

A todos nos hizo falta algo cuando fuimos niños


La mayoría de la gente sufrimos por algo que nos hizo falta en nuestra infancia.

Algo que nuestros padres no supieron proveernos, que puede ser desde falta de cariño y de atención, hasta abandono y rechazo. Dependiendo de las situaciones particulares de cada familia.

Todas estas situaciones nos marcan con heridas desde edades muy tempranas, heridas que a lo largo de nuestras vidas y sobre todo en la edad adulta, se nos pondrán enfrente con otras caras, cuerpos y voces para que aprendamos a identificarlas y resolverlas.

En el caso de un niño, de nuestros hijos, todo comienza con el proceso de domesticación o educación, que si no ponemos la suficiente atención, será el mismo que tuvimos nosotros cuando fuimos niños, el mismo que imprimieron nuestros abuelos a nuestros padres, y nuestros bisabuelos a nuestros abuelos.

Es necesario hacer consciencia de que nuestros hijos al igual que nosotros, llevarán heridas a cuestas durante gran parte de sus vidas, heridas que los transformarán desde su estado más puro, a su estado más social, y que van a derivar en su personalidad y actitud ante la vida conforme crezcan. Y de que somos los padres quienes sin querer, vamos a herir a nuestros hijos de por vida.


He aquí la importancia de la educación y domesticación consciente, del dominio de las emociones al impartir lecciones de vida y al educar, del dominio de nosotros mismos y de nuestras mentes, cada día de nuestras vidas y en nuestra relación con otros.



El papel de las heridas


Por más molesto que sea escucharlo, es inevitable herir a nuestros hijos, he llegado a pensar que incluso forma parte de su aprendizaje de vida, del rol que tenemos como padres; y es también una oportunidad para entender a nuestros propios padres y sanar nuestra relación con ellos.

Pero hay que hacerlo en la menor medida posible y conscientes de que algunas de nuestras actitudes y nuestras decisiones para educarlos, van a marcarlos de por vida. Si todo lo que hacemos, lo hacemos con amor, formará parte de su aprendizaje de vida y su evolución.

A medida en que nosotros mismos sanemos internamente nuestra relación con nuestros padres y con otras personas, seremos capaces de impartir una mejor educación a nuestros hijos, y evitaremos heredarles las heridas que nos imprimieron a nosotros.




Lo más importante es relajarse y fluir en el rol de padres, la culpa no cabe aquí, la vida tiene lecciones para todos.

Si alguien me preguntara qué haría yo para no imprimirles heridas profundas a mis hijos, la respuesta sería: darles responsablemente y de manera consciente, es decir, en medidas justas, sin excesos, culpas, ni otras emociones escondidas, lo que yo siento que a mi me hizo falta cuando fui niña.

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